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Caminé. Y caminé.


Hace poco deambulando por las calles del centro de Toluca con mi hijo trepado en la cangurera, no pude evitar tener miles de memorias a la mente. Yo sé que es prematuro, incluso peligroso decirlo, pero ahora que me siento haber aterrizado suavemente en pasto verde y tierras fértiles, no puedo evitar concluir varias cosas (concluir como de, finalizar; y también concluir de, resolver).

Por misteriosas y divinas razones hace casi 3 años empecé a cargar a mi criatura por las calles del centro de Torreón, ya con 10 kg de panza anteriormente la comencé a cargar, sin preocuparme del reposo, o de mi debilidad: fuera o adentro, tomaba el transporte público no más cómodo sino más a la mano que encontraba, subía mi inmensidad con cuidado y me dirigía a donde fuera que me tuviera que dirigir, así fuera hasta un rancho al otro lado del mundo, entre polvo y arbustos. No es que sea fuerte, y puede sonar cosa común el ver a cualquier mujer embarazada o sosteniendo a su(s) hijo(s) trotando y rodando, pero quien ve más allá de lo evidente puede darse cuenta: es agotador, más que cualquier ejercicio vacío, pues debes usar todos tus sentidos y habilidades - no sólo la fuerza -  para proteger, transportar y cuidar al inocente que tienes en tu encomienda. Encima de eso, literalmente, en mi espalda montaba una mochila tanto con reservas como útiles (pañales, toallas, cosas de bebés)... figuraos: bebé dentro o fuera del vientre frente mío, mochila atrás, en cualquier camión en medio del Desierto. Seguido pienso que si no tuviese mi juventud, nunca habría podido llevar acabo tales logros, por muy mundanos e indiferentes que parezcan.
Como bien dije, no es que quiera ser fuerte, o hacer honor a mi carácter aguerrido: es que no he tenido otra opción, cuando menos no en mi contexto psicológico y social.

Cuando el mundo (o sea ustedes, quienes sean) se empezó a dar cuenta que Marcela Pérez Domínguez alias Mindra Melothesia y viceversa, parió un ser humano de verdad, sentí (más no las expresaron, me da igual que sean más o menos hipócritas, es su naturaleza) todas las reacciones adversas, burlonas, correctivas, peyorativas, reprobatorias y orgullosas. Nunca lo dije, pues honestamente nunca me importó. 
Después de eso, recibí mensajes de varias mujeres, conocidas y no tanto, algunas confesándome su deseo por procrear, otras empatizándose con la situación, ya sea por el crío o por "ser sola".
Y sinceramente fue: tan gracioso. 
Disculpen, mujeres, conocidas, o amigas ya no recuerdo: no tenemos nada en común. NADA. 
Ni las ideologías,
Ni las maneras,
Ni el modo de vestir,
Ni gustos,
Ni la puta madre.

Nuestro único factor común es haber dado a luz. Nada más. 
Y nuevamente disculpen mi arranque despectivo, pero necesito dirigirme a un punto importante:

Si bien acabo de decir que para mi nunca hubo otra opción más que ser fuerte, sobre todo ahora que encontré sin querer un lucero a quien proteger a costa de todo (incluyendo de mi), eso fue lo que hice, cuando menos lo intenté, y lo sigo intentando; pero, esa soy sólo yo, pues como mujeres todas tenemos opciones, como "regalarlo" a los abuelos, tíos, etc. o se me ocurre quienes nunca dejan el seno familiar esperando a una pareja con quien formar otro hogar, y etc. y como  ninguna de esas opciones siquiera entra en mi percepción de las cosas mucho menos como opción, heme allí: siendo fuerte. Torpe y fuerte, más no por naturaleza sino por convicción. 

Cargar a mi hijo en la cangurera, una mochila por la espalda y bolsas en un brazo, si bien agotador, lo hice porque debía hacerlo, sin fijarme, sin quejarme, e incluso feliz. Recuerdo tener que hacer malabares porque a un Leonardo muy pequeño le daba hambre y tenía que sacar mi pecho lo más pudorosamente posible (porque uy resulta que amamantar es otra de tantas vergüenzas cometidas añadidas a mi lista) y darle leche materna, en un espacio reducido, a 37°C, sucio y en constante movimiento como lo es cualquier transporte público. Y así tenía que ser, no importa lo que hubo pasado, quien a conciencia decide ignorar la existencia de un vástago es lo que es: indiferencia, y yo no puedo hacer nada por eso, lo acepté desde que estuve gestando. Lo que sí podía hacer es todo lo que podía: trabajar en mis (nulos) ratos libres, salir a adaptarme a mi nueva vida, enfrentar una nueva vida, aceptar mi instinto, preocuparme y pensar cómo podría ser yo madre de mi bebé, no madre a medias, sino madre en cuidarlo, criarlo y darle un hogar, no el de otros, sino nuestro. Él es mi bebé, mi hijo, yo lo traje al mundo, y yo debía tanto por convicción, como por naturaleza y hasta por carácter sacarnos adelante, de alguna puta manera. Si bien saben o recuerdan, cuando di a luz no tenía ni dónde caerme muerta, y fuera de un ataúd donde acabar, tenía más que eso: a mi familia.


Volviendo al presente, caminé por las calles de Toluca. Muchas anécdotas se me vienen a la mente, todo lo que hemos tenido que pasar solos, y ha sido una aventura, la más hermosa, la más divertida, la más feliz, pues cuandó nació empecé a ser feliz. Todo el dolor que pasé, toda la preocupación que viví y en parte sigo viviendo... 


No es malo ser sólo 2. Para nada. 
Desde hace muchos años me hube habituado a las malas percepciones y comentarios, a la gente retrógrada, a sus prejuicios y bueno, miles de cosas. Usé el mentón alto cada día, aunque fuera de esos días que sólo quería tenderme en la cama con mi hijo y llorar en silencio debido a que a veces no se me ponía nada fácil, pero en serio nada fácil; pero, ese era mi vida, siempre. Y así era más feliz que nunca antes, con todo y el hostigamiento, machismo, depresión ocasional, malas elecciones amorosas, ustedes sabrán.


Ese día después de la travesía, llegué finalmente a mi casa, mi hogar. Sacudí esos recuerdos que si bien no son amargos, mi realidad ya cambió:

Ahora somos 3, no 2.
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