Catedral

Calidez cromática en el cielo, un sulfor anaranjado y dorado. Algodones carmesíes satinados, un Dios dando el diario adiós mientras pinta el firmamento de ocres en el paso de su despedida. Una tibia brisa que acaricia como seda a estos insensibles cayos.


Mucho tiempo ha pasado, yo me creí inmortal hace algunos años pero, así debía ser aquella edad: estúpida, ególatra, coleccionando corazones como azteca con deidad, adicciones no farmacéuticas sino más bien adrenalinosas. Olores que no puedo describir aceleran todo mi organismo de una manera que creí haber olvidado...

y que quise olvidar.


Eso quise, y lo logré... al menos, por un tiempo. Tal vez hubiera sido más fácil suplantar esa dependencia cárnica por algun otro sustantivo palpable y más rehabilitable... pero, esa necedad y adoctrinamiento mío por no enviciarme (excepto por la cafeína, ese es mi elixir por más que le duela a mi balbuceante estómago) con estupefacientes ni hediondo tabaco me ha costado demasiada asquerosa sobriedad; eso y, la vida me ha dado muchas patadas en el recto y tantas vueltas que ya no debería marearme.

Así pues, heme aqui. En este punto del mapa terráqueo, por primera vez y otra vez. Después de cruzar el atlántico y más leguas hacia allá y pa'llá, después de pasar por tantos hogares y tantas manos; de haber visto cuantos pilares, cuantas mierdas enmarcadas (y cuanta belleza no-enmarcada), cielos sin soles y construcciones tanto viejas como ostentosas, todo producto de haber vendido mi cuerpo y la mitad de mi alma. Todos los días en cada trazo recordando una indeseada esperanza más antigua que mi amargura, más sin embargo lo peor del caso no es ese, sino que no me arrepiento de nada.

Que joven e ingenua fui... nunca pude imaginar ni un poco lo que mi camino me deparaba. Fue divertido al principio, después perdí el estímulo que me causaba la sobrevivencia: ya no había nada de rebelde y novedoso en eso, sólo vivir por vivir y esperar al mañana. Recorrí cientos de kilómetros sólo para encontrarme como robot sin propósito de vida, cual posteriormente  debía autodestruirse. Fue cuando creí haber olvidado las emociones por completo, esa falta de humanidad que siempre he tenido se convirtió en totalidad: sin sorpresas, sólo un vacío espacial.

Y fue cuando entre lo cotidiano y la monotonía que nunca me aprendí a acostumbrar, recibí ese destello de juventud impetuoso que sospechaba haberse extinguido en el bullicio del exilio.


Percibo el aroma del viento, pese que no recibo su caricia en esta piel rayada, con cicatrices y estas arrugas que no cargo con orgullo mas no las intento ocultar. 

Sobre la luz crepuscular que escapose en el recinto, me encontré con sorpresas que creí no volver a recibir... tanto buenas, como no malas sino inconvenientes; debí esperarlo... así es la vida.

Y aún así, frente esa catedral que comiose el sol, no sé por cuánto pero sí por hoy, al menos sólo por hoy resucita desde una cripta vieja y agrietada ese ente cual creí que los ladrones de tumbas se habían llevado para siempre. Una ráfaga reviviente mágica de células, leucocitos y eritrocitos. Muchas canas viejas y algunas otras agradablemente familiares. Esa música que me remonta a aquellos días lejanos e inocentes, sin tatuajes en la piel ni amargura en la frente.



Yo simplemente quería tenerlo todo...


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